El rey by J.R. Ward

El rey by J.R. Ward

autor:J.R. Ward
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2015-12-11T00:00:00+00:00


Sentado en la mesa de la cocina, Assail no podía dejar de mirar a sus primos. A pesar de ser unos asesinos a sueldo, traficantes de drogas y matones profesionales, no solo se habían lavado las manos antes de comer, sino que ahora permanecían recostados contra sus asientos, con cara de querer aflojarse los pantalones.

Cuando la abuela de Marisol se volvió a levantar de la mesa, Assail sacudió la cabeza.

—Pero, señora, usted también debería disfrutar esta comida en la que tanto se ha esforzado.

—La estoy disfrutando —contestó la mujer, mientras cortaba un poco más de pan en la encimera—. Estos chavales necesitan comer más. Están muy delgados, muy delgados.

A este paso, la abuela de Marisol iba a convertir a sus parientes en…, ¿cuál era la expresión?, ¡en un par de cerdos!

Y fíjate que, aunque estaban llenos, cada uno de los primos aceptó otra tajada de pan hecho en casa y luego las cubrieron de mantequilla dulce.

Increíble.

Assail se concentró luego en Marisol. Tenía la cabeza inclinada y jugueteaba con la comida, pinchándola con el tenedor. No había comido mucho, pero había abierto el frasco de píldoras que le había dado la doctora Jane y había sacado una de las cápsulas grises y naranjas que había dentro.

Assail no era el único que la observaba. Los ojos de águila de su abuela lo controlaban todo: cada movimiento del tenedor, cada sorbo que le daba al vaso de agua, lo poco que había comido.

Marisol, por otro lado, no miraba a nadie. Después de la emoción que le había producido la reunión con su abuela, se había cerrado como una ostra, mantenía la mirada fija en la comida y solo contestaba con monosílabos cuando se le preguntaba sobre los condimentos.

Se había retirado a un lugar donde Assail no quería verla.

—Marisol —dijo entonces Assail.

Ella levantó la cabeza.

—¿Sí?

—¿Quieres que te muestre tu habitación? —Tan pronto pronunció esas palabras, Assail miró a la abuela y agregó—: Si usted me lo permite, claro.

De acuerdo con las viejas tradiciones, la hembra mayor de la familia era la ghardian de Marisol, y aunque Assail rara vez manifestaba respeto por los humanos, sentía que era apropiado mostrar cierta consideración por esta mujer.

La abuela de Marisol asintió con la cabeza.

—Sí. Le he dejado allí sus cosas.

En efecto, junto al arco que llevaba al salón había una maleta con ruedas.

Cuando la abuela volvió a concentrarse en su comida, Assail creyó ver una ligera sonrisa en su boca.

—Estoy exhausta. —Marisol se levantó de la mesa y recogió su plato—. Siento que podría dormir eternamente.

No pensemos en eso, pensó Assail, al tiempo que también se ponía de pie.

Después de besar a su abuela en la mejilla y decirle algo en su idioma, Marisol se dirigió a donde estaba la maleta. Assail la siguió y, aunque deseaba rodearla con su brazo, no lo hizo. Lo que sí hizo fue encargarse de la maleta.

—Permíteme —dijo.

La facilidad con la que ella dejó que él llevara la maleta sugería que todavía le dolía la pierna. Assail tomó entonces la delantera y la condujo hasta las escaleras.



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